“Mi futuro es infinito”: Estos tres partners van a graduarse mediante el Plan de Logros Universitarios de Starbucks



Mediante el innovador convenio con la Universidad Estatal de Arizona, Starbucks ofrece a sus empleados cobertura completa de matrícula

Rosny Hang se asombra de cuán lejos ha llegado. Recuerda una época en la que le costaba tan solo imprimir archivos y ajustar el brillo de la pantalla de su computadora. Esta primavera, cuando reciba su licenciatura en ciencias con doble especialización en geoinformática y geografía, estará muy versada en lenguajes de programación como Python y RStudio.

“Antes me consideraban incapaz de usar aparatos electrónicos”, dice Hang, de 33 años, supervisora de turno de Starbucks en Diamond Bar, California. “Pasar de eso a poder leer código y programas, y hacer mapas con la programación que hago… para mí es una locura, un hito enorme.
Eso es lo más importante que aprendí de todo esto, que soy más capaz de lo que pensaba”.
Este mes de mayo, Starbucks se enorgullece en homenajear a partners (empleados) como Hang, que han mostrado la dedicación y la perseverancia suficientes como para pasar a ser parte de la clase de graduados más grande de la historia mediante el Plan de Logros Universitarios de Starbucks (SCAP, por sus siglas en inglés), con más de 700 becados. Starbucks ofrece cobertura completa de matrícula de programas virtuales con título de la Universidad Estatal de Arizona a partners elegibles para recibir el beneficio.
Desde el lanzamiento del programa en 2014, más de 6,500 partners han recibido sus primeros títulos universitarios de cuatro años.
El hecho de que Hang haya llegado tan lejos es un testimonio del compromiso de su familia, dice, en especial de sus padres, quienes se conocieron y se casaron en un campo de refugiados de Tailandia después de escapar del genocidio de Camboya de la década de 1970, donde asesinaron a alrededor de dos millones de personas. La hermana mayor de Hang, ahora contadora, nació en el campo de refugiados. Se mudaron a un vecindario peligroso de Long Beach, California, donde muchas personas —incluida su familia— tuvieron que lidiar con la violencia, las pandillas y la pobreza.
Hang pasó la tercera década de su vida retomando y abandonando sus estudios, sin estar segura de qué quería y “no concentrada del todo”. En 2015 se enteró del SCAP mientras trabajaba en una librería: estaba organizando revistas sueltas cuando vio un artículo sobre el programa y lo leyó.
Hang recuerda que lo sintió como una señal. Quería seguir estudiando, pero le preocupaban los costos. Sabía que podía aprender más, pero no tenía un rumbo claro. El SCAP pasó a ser la respuesta, y en cuestión de semanas renunció a la librería y comenzó a trabajar en Starbucks en el local contiguo.
“Starbucks me dio una segunda oportunidad de alcanzar mis metas”, dice Hang. “Estoy siguiendo mi propio trayecto educativo a mi ritmo, no al de otras personas”.
Una de sus amigas que trabajaba como supervisora de turno y estaba terminando sus propios estudios con el SCAP desarrolló una ética laboral positiva y dedicación por sus estudios. Hang comenzó a asistir a clases locales de STEM con su hermano menor, que recibió un título en ingeniería mecánica y ahora trabaja en el sector aeroespacial. Estableció contacto con profesionales y otros estudiantes, y descubrió empleos y oportunidades que nunca habría siquiera sabido que existían.
Ahora Hang espera usar su título para conseguir trabajo como analista de datos en Starbucks, si bien el SCAP no exige que los graduados permanezcan en la empresa. También considera que le interesaría dedicarse a la investigación, la educación y la gestión ambiental en el Servicio de Parques Nacionales o en una organización como el Departamento de Silvicultura y Protección contra Incendios de California. Le encanta el aire libre y va de campamento o hace viajes como mochilera tan seguido como puede.
Para su ceremonia de graduación, que será virtual debido al COVID-19, compró un vestido camboyano tradicional que usará bajo su birrete y su toga. Es tanto un recuerdo de su patrimonio cultural como un símbolo de respeto por la travesía y el sacrificio de sus padres.
“El camino ha sido largo para todos nosotros”, cuenta Hang. “Es para esto que trabajaron mis padres. Hicieron todo ese esfuerzo para vernos graduarnos y mantenernos por nuestros propios medios. Ahora podemos ocuparnos de ellos y cuidarnos los unos a los otros como familia. Esa fue una de mis motivaciones para seguir adelante: usar el birrete y la toga por mis padres”.

“Sé que puedo cambiar la vida de la gente con nuestro propósito y nuestros valores”
Jessie Torres Barragan recuerda el día que el mundo le abrió paso.
En 2018, cuando asistió a una feria para partners sobre el SCAP, era gerente de tienda de Starbucks. Allí otros gerentes de tienda, incluidos algunos de concurridas tiendas que sirven comida para llevar y algunos con familias, contaron su experiencia de cómo obtuvieron sus títulos de la Universidad Estatal de Arizona por Internet. Todos estaban a punto de graduarse.

“Pensé: pues, si ellos pueden, yo también”, recuerda.
Torres Barragan, actual gerente de distrito de Starbucks en Charlotte, Carolina del Norte, nunca pensó que los estudios superiores fueran algo que él pudiera hacer. Ninguno de sus padres superó el octavo grado en la escuela. Cuando era niño, el dinero no abundaba. Durante más de una década, la familia, compuesta de siete personas, vivió en un apartamento de un dormitorio en el área de Los Ángeles. Sus padres dormían en la sala de estar, y todos los niños, en el dormitorio.
La escuela le resultó difícil y dice que no habría terminado la preparatoria de no haber sido por dos docentes que hicieron todo lo posible por asegurarse de que la terminara. ¿Y qué sucedió con sus estudios terciarios? “No creía que pudiera cursar estudios terciarios. Sabíamos que eran caros y no podíamos pagarlos”.
No obstante, lo intentó. Durante los años posteriores, se inscribió en tres instituciones de estudios superiores, pero en cada ocasión debió abandonar porque no tenía dinero para pagar. En cambio, se dedicó a trabajar en restaurantes; en 2014 terminó por conseguir trabajo como barista en Starbucks e ir ascendiendo.
Siempre ha sido una prioridad para él brindar servicio a su comunidad —no solo a sus clientes, sino a todas las personas que viven en la zona—.
“La comunidad es todo”, afirma Torres Barragan, de 31 años. “Mis padres dependieron de la comunidad. Si no, no habríamos tenido nada para comer”.
Después de inscribirse en el SCAP, vio que el programa no solo era un camino para él, sino también para otros que habían tenido los mismos problemas que él. “Crecer pobre, con la mentalidad de las personas que te dicen: ‘Nunca vas a lograr nada; eres latino, eres mexicano, eres homosexual’. … Se me ocurrió que debe haber algún niño que esté pasando por algo parecido”, dice.
Comenzó a visitar escuelas secundarias cercanas, a alentar a los estudiantes del último año a que soliciten empleo cuando hubiera puestos vacantes y hablar con ellos sobre cómo Starbucks no era solo una forma de ganar un sueldo, sino también un camino a una vida mejor. En un momento, en su tienda trabajaban más estudiantes de preparatoria que en cualquier otro distrito, y habían comenzado a trabajar por la posibilidad del SCAP.
El año pasado, Torres Barragan estaba encaminado a conseguir su título cuando el COVID-19 cambió todo. En ese momento, era gerente de una concurrida tienda de Virginia, una de las únicas que seguía abierta porque servía comida para llevar. La fila de autos se extendía por millas. Trabajaba muchas horas a la semana y, además de eso, tenía que asistir a clase y hacer tarea para el hogar. Exhausto, pensó en interrumpir por un tiempo sus estudios. “Pero en verdad era algo que sabía que debía terminar. Pensaba: no puedo abandonar”.
Después de graduarse, piensa usar su título de liderazgo de organizaciones en el mismo lugar en el que lo obtuvo: Starbucks. Hace dos meses, se lo ascendió a gerente de distrito y se mudó a Carolina del Norte, donde dirige a partners de 11 tiendas.
“Siempre me pregunté cuál sería mi legado, y ahora sé que puedo cambiar la vida de la gente con nuestro propósito y nuestros valores, y compartir la oportunidad como se hizo conmigo”, dice. “Ahora mi futuro es infinito”.

“Lo único que va a hacer esto es renovarme”
Mucho tiempo antes del inicio de la pandemia, Wilmarah Quezada pensaba que quería trabajar de contadora o quizá en recursos humanos. En ese momento encajaba con su forma de ver el mundo. Buscaba seguridad y estabilidad económicas.

Pero el año pasado hizo que muchas personas reconsideraran sus valores, incluida Quezada, quien después de graduarse con el SCAP esta primavera, piensa seguir una carrera del campo de la medicina. Aunque va a recibir un título en liderazgo de organizaciones, pasó el último año haciendo tantos cursos propedéuticos como le resultara posible para comenzar estudios de posgrado y poder recibirse de asistente médica.
“Quería seguir un rumbo diferente, quería trabajar en el sector médico y que mi ayuda a la gente fuera más directa”, explica Quezada, de 25 años, barista de Starbucks en Bethesda, Maryland. “Quiero trabajar en comunidades marginadas donde no hay mucho personal médico que hable español”.
Dado que gran parte de la sociedad se recluyó durante la pandemia de COVID-19, le asombró ver cómo el personal del sector médico —incluida una amiga suya que es anestesióloga y otra que es enfermera con título— seguía presentándose donde se lo necesitara. “Literalmente ponían sus vidas en peligro”, dice. “Ver cómo moría la gente me hizo querer ayudar”.
Ya tiene certificación de técnica de emergencias médicas y espera dedicar el año que viene a adquirir tanta experiencia como le resulte posible, bien como voluntaria o mediante un hospital.
Quezada, nacida en Puerto Rico, es la mayor de tres hermanas y, junto con ellas y sus padres, se mudó a Massachusetts cuando tenía seis años de edad en busca de mejores oportunidades y con ansias de dejar atrás un vecindario peligroso. Pero después de que le dispararan a un joven que vivía frente a su casa, en su nueva comunidad, se mudaron de nuevo, esta vez a la zona rural de Pensilvania.
Intentó estudiar en un centro de estudios superiores público de dos años y encontró muchas oportunidades laborales, pero no la convenció ninguna lo suficiente como para continuar. Le “aterraban los préstamos estudiantiles” y era reacia a seguir sus estudios en una universidad más grande. Hace unos cuatro años, descubrió el SCAP y se inscribió en la Universidad Estatal de Arizona.
Tuvo una experiencia transformadora —las semillas que dieron origen a su cambio de rumbo— cuando visitó Colombia para una materia de comercio internacional que estaba cursando en la Universidad de Arizona, varios meses antes del brote mundial de COVID-19. Si bien la experiencia se había concebido como una oportunidad para hablar sobre negocios con representantes de organismos oficiales y empresas locales, a Quezada le asombró la calidez y la compasión de las personas con las que se cruzó en espacios informales —un taxista que le explicó cómo la crisis de refugiados de Venezuela afectaba a Colombia, y una peluquera que la atendió en un centro de compras y “me hizo sentir como si fuera su nieta”—.
Haber estado en Colombia me recordó “que la gente es importante”, dice. “Mis ideas comenzaron a cambiar y empecé a preocuparme más por ayudar a la gente y lograr un mayor impacto en la sociedad”.
Tiene ansias de continuar con ese aprendizaje.
“Sin lugar a dudas la graduación va a ser genial, pero no es algo con lo que haya terminado todavía”, afirma. “Lo único que va a hacer eso es renovarme y motivarme para seguir adelante y esforzarme incluso más”.